
¡Hola viajero!
Seamos francos, adentrarnos en un laberinto imposible siempre ha sido uno de los sueños pero también una de las pesadillas más recurrentes de todo niño que no levanta más de medio metro del suelo. Y es que las películas, los cuentos y las series siempre lo relacionan como un enigma muy complicado del que solo la gente más avispada e inteligente puede salir. Esas ganas de demostrar tu valía, pero también el temor a no poder encontrar la salida, son dos de los motivos por los que muchos nos quedamos delante de la entrada de los laberintos con el ‘y si no salgo’ en la boca del estómago. ¿Pero qué acabas haciendo? Entrar, entrar y dar vueltas para encontrar la salida porque ya que has llegado ahí ¿vas a irte sin haberlo intentado?
Además, la gran mayoría de laberintos tienen un encanto especial y un mimo y cuidado la mar de atractivo a la vista, tanto, que no importa el recorrer los pasillos enrevesados si, además, también puedes disfrutar de un espacio bonito y la gran mayoría de veces perfectamente cuidado. Eso precisamente, es lo que pasa en el laberinto de Borges que nos encontramos en la isla de San Ciorgio Maggiore, en Venecia. Ocupando un área de más de 2300 metros cuadrados y diseñado con más de 3250 plantas de 75 centímetros de altura, el laberinto que tantas veces fue símbolo recurrente en las obras de Borges, es en Venecia un espacio del que disfrutar estrujándote un poco la cabeza.
Obra del arquitecto británico Randoll Coate que inspirándose en una de las obras más conocidas de su, por aquél entonces, ya fallecido amigo: “El jardín de senderos que se bifurcan”, deja a la vista elementos que también hacen alusión al mundo que creó Borges en su obra: un libro abierto desde el cuál se puede leer BORGES, interrogantes, un tigre, espejos… Un rincón de fantasía en esta isla veneciana 😉