
“Castanhas quentinhas e boas!” (¡castañas calentitas y ricas!). Este es el cántico que se puede escuchar por las calles lisboetas a partir del mes de octubre y hasta bien entrado el mes de marzo. Con la llegada del otoño, un característico olor a castaña asada impregna las calles de Lisboa, una humareda blanquecina se adueña del ambiente y las castañeras se ponen el delantal, instalan sus puestos ambulantes e incitan a los transeúntes a llevarse un puñado de castañas asadas, muy apetecibles en los días más fríos, sobre todo si tienes las manos heladas. Esta escena se repite año tras año en Lisboa. Se calcula que hay alrededor de unos 50 vendedores ambulantes, casi todos ellos situados en las calles de los barrios más populares y céntricos, como Chiado, Baixa o Rossio.

En Portugal, las castañas se asan con mucha sal para que se abran, mantengan el calor y adquieran ese sabor entre salado y dulce tan especial. Las castañas en Lisboa saben distinto. Son más tiernas, menos harinosas. La tradición manda y en Portugal llevan años asándose castañas, y años también vendiéndose en la calle en cucuruchos de papel de periódico. Esta tradición tiene su origen en la época (ya muy lejana) en la que la patata todavía no había llegado a Europa y la castaña era la principal fuente de carbohidratos. Con la llegada de la patata, el consumo de castañas se fue relegando a los fríos meses de invierno, y a día de hoy se asocia directamente con la fiesta de San Martín.
Hay un refrán popular portugués que dice: “Por san Martín, castañas asadas, pan y vino” (Pelo São Martinho, castanhas assadas, pão e vino). Y eso es lo que hacen los portugueses cada 11 de noviembre, fecha en la que se celebra San Martín. Cuenta la leyenda que San Martín era un soldado romano, que en medio de una fuerte tormenta de nieve compartió su capa con un mendigo. Tal fue el gesto, que de repente salió el sol y se derritió toda la nieve. De ahí que aún hoy en día se conozca con el sobrenombre de “veranillo de San Martín” ese repentino ascenso de las temperaturas que nos da un respiro a las puertas del invierno. En Portugal se celebra San Martín alrededor de hogueras, comiendo castañas asadas y probando el Agua Pé, el vino nuevo de baja graduación, o la jeropiga, una bebida alcohólica típicamente portuguesa que consiste en añadir aguardiente al mosto de uva.
Tal es la popularidad que gozan las castañas en Portugal, que incluso tienen su propio fado dedicado a un pobre castañero que lidia con los fríos días de invierno vendiendo sus castañas asadas en la calle.
Si este otoño te pilla por Lisboa, participa del ambiente otoñal y festivo de San Martín y compra un cucurucho de castañas calentitas. Un capricho para todos los sentidos que no te saldrá nada caro. A solo 2 € la docena.