
Sin ninguna duda, el Ponte Vecchio es la atracción más turística de Florencia, junto al Duomo, por supuesto. Es tan pintoresco como fotogénico, tanto de día como de noche. Y estamos tan acostumbrados a su imagen, que encaja a la perfección sobre el río, que nos parece que siempre debió de haber estado allí.
Siempre, lo que se dice siempre, no. Pero lo cierto es que hasta el siglo XIII, el puente era la única forma de cruzar el río Arno. Pero, desafortunadamente, una gran riada de 1333 hizo que la edificación quedara completamente arrasada y tuviera que ser reconstruida.
¿Y sus famosas tiendecitas? No fue hasta el siglo XIV cuando a un florentino se le ocurrió pensar que si tanta gente pasaba por allí, ¿por qué no poner una tienda? Pero no tenían nada que ver con las joyerías que puedes ver hoy, no. Eran puestecitos de carnicería, pescaderías y alguna tintorería. Y es que entonces todo era un poco menos sofisticado que hoy día. ¡Al revés! Porque el olor a orina de caballo -utilizado por los tintoreros para teñir las pieles-, los menudillos y otros deshechos de las carnicerías y el pescado hacían del puente un lugar algo más que especial.
Por otro lado, para comprender cómo surgieron las joyerías, es crucial saber que en el lado oriental del puente está el Corridoio Vasariano, que era el gran corredor construido por Vasari para que Cosme I pudiera ir desde el Palazzo Vecchio hasta el Palazzo Pitti sin ser molestado en absoluto. Ya en el año 1593, Fernando I, harto de sufrir los gritos del gentío y los olores de los puestecitos mientras pasaba por el corredor, mandó que fueran llevados a otro lugar. ¡Lejos de aquí!
Y ahora sí: de este modo comenzaron a instalarse en el Ponte Vecchio las tiendas de joyeros y orfebres que han permanecido hasta hoy. Menos ruidosas, menos olorosas y más sofisticadas, por supuesto.